viernes, 9 de septiembre de 2011

¿Luchar o no luchar? Entre molinos y gigantes.




Me permito hablarles hoy de un problema encontrado muchas veces a lo largo de mi humilde experiencia en el campo de la terapia floral. Lejos de querer teorizar lo que muchos otros hicieron perfecta y adecuadamente, sólo remarcaré unos comentarios que me hice a la hora de intentar ayudar en la medida de mis posibilidades. Esos comentarios pueden relacionarse más o menos directamente, en opinión de su servidora, con el estado anímico competitivo y luchador de la sociedad  actual (por sólo mencionar la nuestra).
Sin ánimo de criticar la voluntad de cada uno por mejorar (la cual encuentro admirable), quisiera sólo subrayar que, muchas veces, ésta trae un mal peor: la inflexibilidad, tan psíquica como física.
A pesar del discurso políticamente correcto de tolerancia, me temo que tengamos que admitir que toleramos cada vez menos cosas: la muerte, la enfermedad, la impotencia (sea cual sea), el fracaso y demás. Estos eventos, sin embargo, forman parte integral de la vida y no aceptarlos significa, a la larga,  rechazar la vida misma.
Llamémoslo intransigencia o inflexibilidad, poco importa. Lo que sí es fundamental, es que el ser humano occidental parece cada vez menos dispuesto a aceptar los inconvenientes que nos trae la vida (vejez, enfermedad,...) y peor aun, rechaza su sentido verdadero, su fin, que es la muerte.
Lejos de mi intención  hacer un panegírico de ésta última, quería solamente decir que el ser humano (occidental, pues) piensa que tiene que luchar contra vientos y mareas cuando es justamente esa actitud de resistencia que le lleva a comprometer su salud tanto mental como física.
Luchar es noble (como el Roble, una flor de Bach, OAK); resistir, necesario (como el Agua de roca, ROCK WATER, otra flor) pero ceder y declararse vencido en el momento adecuado es sabio y saludable.
Dicho de otro modo: tenemos que evaluar cuando es menester luchar y cuando no, para ahorrarnos tiempo y energía y mantener nuestra salud. Demasiadas veces he visto a gente padecer una especie de parálisis física por no haber aceptado una derrota.
Pasaré los clichés “Caña se dobla pero no se rompe”, “Se pierde una batalla, no la guerra” (que son absolutamente ciertos) para remarcar que perder es bueno por que nos quita un peso de encima (por lo tanto nos alivia) y por que nos obliga a reflexionar, ¿No será eso una especie de pequeña victoria?
Muchas veces, allí donde sólo hay molinos, vemos gigantes. Las flores de Bach pueden, afortunadamente, ayudarnos a saber cuando luchar y cuando no, por que nos dan acceso directo a nuestra intuición (la flor CER, Cerato es, por ejemplo, muy eficiente), la cual sí sabe distinguir perfectamente entre un gigante y un molino, incluso los días de fiesta de Tarragona.
¿Luchar o no luchar? ¡Esa es la cuestión! Pero no perdamos salud y energía en combates
 inútiles contra enemigos imaginarios, ya que nuestro peor enemigo somos nosotros mismos, dicho de paso...
“Dios me otorga  la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar;  el coraje de cambiar las que sí puedo; y la sabiduría para distinguir entre ambos” (Reinhold Nieburh).

Isabelle TOUSSAINT

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