viernes, 9 de septiembre de 2011

El miedo no es intuición


La terapeuta que me inició a las flores de Bach me dijo una vez que el ser humano occidental vivía como perseguido por un oso en plena selva. Dicho de otra manera: disparamos demasiada adrenalina, hormona sólo imprescindible en caso de gran emergencia.
Sin embargo, vivimos “a la defensiva”. ¿Qué nos pasará el día que un oso de verdad nos persiga? Me da miedo sólo pensarlo... allí está nuestro problema: pensamos y ya tememos.
Lo peor de esa actitud es que creemos que es nuestra intuición que nos habla. Por lo tanto, solemos seguir nuestros miedos hasta los extremos más ridículos o peligrosos (gracias a Dios, no podemos llevar armas de fuego así como así en este país).

Observemos que la definición de la intuición es la siguiente: “Forma de conocimiento directa e inmediata que no recure al razonamiento”, viene de “mirar atentamente”, en latín “intuerii”
La del miedo: “Fenómeno psicológico de carácter afectivo marcado que acompaña la toma de conciencia justificada o no de un peligro
Remarco las palabras JUSTIFICADA O NO y tiemblo...

Creo que, si bien la conexión con la intuición debería ser constante, la con el miedo debería ser ocasional:
si la primera nos hace más sabios, el miedo injustificado nos hace cobardes, por no decir más tontos.

Nos hace falta insistir, además, en el hecho de que nuestra sociedad (será por la influencia anglosajona, con perdón) cultiva con cada vez más insistencia este miedo, sea de la forma que sea. Nos enseña  a desconfiar y eso nos vuelve más estresados con todos los problemas de salud (mental y física) que pueden derivarse de esta actitud.
Lo más triste de esa actitud de desconfianza, es que nos sentimos más perdidos cuando de verdad nos pasa algo. Tanto temer el accidente que cuando llega, ni lo conocemos o ignoramos como reaccionar (al fin y al cabo, ¡no somos Bruce Willis!).
Dejar hablar el miedo, es callar nuestra voz interior, es desconfiar de nosotros mismos (y, de paso, de los demás) y eso trae más desgracias que el hipotético oso paseándose por el bosque en busca de carne fresca (por cierto, ¿no comen miel?).

Creo que tememos que nos pase algo porque tememos no poder levantarnos después del acontecimiento, tememos no poder sobrevivir o no asimilar la desgracia. Es subestimar el poder de recuperación del ser humano, mucho más potente que lo que creemos.  Es sobre todo convertir el miedo en un viejo amigo de cada día cuando debería sólo ser un desconocido providencial que nos avisa de un peligro grave e inminente.

O sea que si le teníais cariño a  ese “amigo” traidor pero que por fin os habéis dado cuenta de que era más bien un enemigo, una buena manera de echarle de casa es de tomar flores de Bach.

Edward Bach había dividido su sistema en siete grupos de flores y el que nos ocupa hoy, lo habéis adivinado, es el grupo del temor: contiene cinco flores que tratan del tema.

La primera es la Mimulus (Mimulu), la cual trata de las inquietudes de la vida cotidiana, las fobias de todo el mundo, del miedo a hablar en público al pavor a las arañas por ejemplo. Nos da coraje para enfrentarnos al día a día.

La segunda es Cherry Plum (Ceferasífera) que trata del pavor a descontrolarse. Es una flor extremadamente útil en las sociedades reprimidas donde el enfado está socialmente mal visto. Nos aporta la certeza de podernos enfadar cuando hace realmente falta y controla el miedo que tenemos a enloquecer o pegar al prójimo que nos ha herido.

Otra es Rock Rose (Heliántemo), La flor típica del pánico que nos paraliza delante del (previamente mencionado) oso o de cualquier peligro. Es sobre todo un remedio fenomenal para curar los acontecimientos tan traumáticos que cualquier “estímulos” nos los recuerda y nos deja inválido e impotente. Es, pues, una flor magnífica para tratar la angustia.

Pasemos a Red Chestnut (Castaño Rojo), una flor típica para las madres que se preocupan tanto por sus seres queridos que les impiden evolucionar bien. ¿Os suena, verdad?

La última se llama Aspen (Álamo Temblón) que cura el miedo a lo desconocido, a lo irracional, aquella aprensión que las personas hipersensibles pueden sentir.

Como terapeuta, opino que nuestro peor enemigo son los temores y son el primer elemento del cual hay que desprenderse al iniciar una terapia. Los resultados siempre me asombran porque se alivia literalmente al paciente de un peso que no le correspondía.
Aprendemos pues que hay una diferencia enorme entre mirar atentamente  y asustarse por cualquier cosa. Debemos acostumbrarnos a la paz y a la tranquilidad (sí es que la hay) y confiar en la vida sin que eso nos impida “ir al tanto”.

PD: Se vence mejor al oso sin temor.

Isabelle TOUSSAINT


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